Comentario
La culminación del expansionismo catalanoaragonés en esta fase de equilibrio en la prosperidad se alcanzó con la conquista de Cerdeña, una operación que posiblemente se negoció en Anagni (1295), como compensación a la renuncia de Sicilia, y que se concretó en 1297, cuando el papa Bonifacio VIII, actuando como pontífice teocrático, se permitió conceder a Jaime II la infeudación de Córcega y Cerdaña, que, no obstante, el rey de Aragón habría de ganar por las armas. Aparte de las riquezas de la isla (plata, coral, cereales, ganado, sal), para la Casa de Aragón, cuyos monarcas reinaban sobre el Levante peninsular, Mallorca, Sicilia, Malta y Djerba, y tenían fuerte presencia en el Magreb, Cerdeña era el eslabón que faltaba para controlar la navegación en el Mediterráneo occidental y central, y asegurar las rutas hacia Oriente. La isla, donde la posición mercantil de pisanos y genoveses predominaba, estaba políticamente dividida en señoríos (giudicati) independientes y rivales entre sí, lo que no dejó de ser aprovechado por Jaime II.
Contando con la colaboración interior de los Doria y los Arborea, y la neutralidad de los soberanos mediterráneos, las fuerzas del rey de Aragón desembarcaron en la isla y se adueñaron de ella tras una larga campaña contra sardos y pisanos (junio 1323-julio 1324). En el futuro las revueltas, alimentadas desde el exterior por Pisa y Génova, no cesarían, de modo que el dominio catalanoaragonés sería problemático, y se puede suponer que "en el balance definitivo (para la Corona) las pérdidas fueron superiores a todas las posibles ganancias" (J. F. Cabestany). La resistencia sarda obligó a una completa ocupación militar con represión, esclavización de rebeldes (J. M. Madurell y E. Putzulu) y reparto exhaustivo de beneficios entre barones y caballeros conquistadores. La isla recibió, pues, el trato de un territorio de conquista y explotación en provecho de una minoría de dirigentes catalanoaragoneses, que ocuparon cargos de gobierno, se repartieron propiedades e impusieron las modalidades peninsulares de explotación feudal.
En esta historia de batallas mediterráneas, la aventura de la llamada Gran Compañía Catalana, es decir, la expedición de los almogávares a Oriente, fue un episodio muy desconectado de la realidad política de la Corona, pero sus acciones dieron origen a una de las mejores crónicas medievales, la de Ramón Muntaner, el escritor guerrero más admirable de la literatura catalana, que fue protagonista de excepción de los hechos. Los llamados almogávares, integrantes de la Gran Compañía, eran mercenarios catalanoaragoneses que lucharon en Sicilia, contra los angevinos, en tiempos de Pedro el Grande, Jaime II y Federico II. Desocupados a raíz de la paz de Caltabellotta (1302), fueron contratados por el emperador bizantino para luchar contra los turcos en Asia Menor, lo que hicieron con éxito (1303-1304), bajo la dirección de Roger de Flor, hasta que este guerrero fue asesinado por orden del basileus, receloso de su poder (1305). Los almogávares, dirigidos por Berenguer de Entenza y Bernat de Rocafort, vivieron entonces del saqueo por territorio bizantino (1305-1308) y sirvieron a distintos señores de la Grecia clásica, hasta que se adueñaron del ducado de Atenas (1311) y de tierras de Tesalia, con las que crearon el ducado de Neopatria (1318), territorios que fueron puestos bajo la soberanía de los reyes de Sicilia y de la Corona de Aragón.